No se es Pegaso y de bronce sin llevar aparejados ciertos misterios, algunas temperaturas y determinadas emanaciones, invisibles para los ojos del cuerpo pero visibles a través de los ojos de las máquinas.
Y si se ha salido de las manos de Agustín Querol, que a pesar de su éxito y contratos sabía soñar caballos alados, galopar sobre las sombras y entre los orbes es una vocación.
Peculiares animaciones circulares las de la oscuridad, lunas a su manera. No requieren de silencio ni de ritual, no necesitan invocaciones ni sahumerios para aparecer, cambiantes y viajeras.
Orbes lechosos quizá emanados del bronce y de su respiración mineral. O mundos diminutos en espera del ojo que los comprenda, del oído que los escuche, del descifrador de sus infinitesimales alfabetos.
Los Pegasos de noche
Publicado por
María García Esperón
viernes, 1 de enero de 2010